LOS RECIENTES triunfos electorales de Evo Morales y Michelle Bachelet, en Bolivia y Chile, respectivamente, han estimulado una creciente serie de opiniones sobre los avances de la izquierda latinoamericana y su potencial desafío a la hegemonía de Washington en el subcontinente. ¿Se trata de una tendencia regional? ¿Dónde se ubica Panamá dentro de esa tendencia?
La respuesta debe repasar el contexto de una región en la que ya están instalados un presidente del Partido de los Trabajadores en Brasil (Lula da Silva, que probablemente se reelegirá este año), un abierto aliado económico y político de Fidel Castro en la presidencia de Venezuela (Hugo Chávez, que muy probablemente en el 2006 volverá una vez más a vencer a sus rivales mediante el conteo de las papeletas), un partido socialista en el poder en Uruguay (bajo el liderazgo de Tabaré Vásquez), un justicialista asociado a los sindicatos en la casa presidencial argentina (Néstor Kirchner), y un acrisolado exponente del socialismo sudamericano (Ricardo Lagos), que tras cuatro años de reformas y cambios institucionales entrega a su relevo la batuta del gobierno chileno con un 80% de popularidad.
En el futuro inmediato, este avasallador renacimiento de la izquierda latinoamericana amenaza con colocar este año en el sillón presidencial a otros dos personajes, Ollanta Humala, en Perú, y Lucio Gutiérrez, en Ecuador, que, aunque no tienen una trayectoria de luchas de izquierdas, cuentan con el apoyo de estas fuerzas en la visita a las urnas. El 2006 también será testigo de comicios presidenciales al sur del Río Grande: la figura cimera de la izquierda mexicana, Andrés López Obrador (actual jefe de gobierno de la Ciudad de México), se eleva con mucha fuerza en las encuestas electorales del país azteca; y, finalmente, con el sólo propósito de agravar las pesadillas de la Casa Blanca, Daniel Ortega, máximo paladín del sandinismo, concentra las preferencias de voto de una mayoría relativa de nicaragüenses.
Este desolador panorama para los partidos de derechas es más ambiguo y más complejo de lo que el ojo a simple vista puede captar. Al examinar las sinuosidades de la llamada izquierda latinoamericana, nos damos cuenta de que son agrupaciones muy diversas. Pueden estar unidas en un gran movimiento o ser fragmentarias y expresarse a través de varios partidos. Cuando visité Mexico DF, en 1985, me percaté de que había cinco partidos socialistas, uno de los cuales llevaba por nombre Partido Socialista Unificado.
Algunas izquierdas se proponen aún abolir el capitalismo, aunque no saben exactamente cómo; otras sólo quieren administrarlo con un poco más de sensibilidad social. Hay gente de izquierda que piensa que la corrupción es una forma de redistribución de la riqueza; otras, que el capitalismo es fundamentalmente corrupto. Hay izquierdas que no creen que la estructura del partido sea un medio apropiado para sus fines, ni que la actividad parlamentaria les permita alcanzar sus metas; otras se sienten muy cómodas no siendo más que un partido y manteniendo sus escaños en el congreso.
La izquierda puede ser reformista o revolucionaria; tradicional, moderna o posmoderna; puede amar el poder o detestarlo. Hay izquierdas autoritarias, que viven en la creencia de que hay que apoderarse del Estado, porque este es el mejor instrumento para imponer un bienestar igualitario. También hay izquierdas con un compromiso democrático, entre las cuales la sola mención de la "dictadura del proletariado" mueve a risa; en cambio, se toman muy en serio el estado democrático constitucional de derecho, como la única forma de conquistar una sociedad más libre y capaz de reducir las disparidades.
Hay izquierdas ateas, pero las hay también que son cristianas o musulmanas; hay izquierdas nacionalistas y otras que luchan contra los nacionalismos. Hay, finalmente, izquierdas sectarias e intolerantes, para las cuales hay solo un tipo de izquierdas que son las "verdaderas"; hay otras que reconocen que los contextos, las tradiciones, las tareas y los retos que las afectan, cambian de país a país, y que no hay una interpretación que sea más de izquierda que otra. Así podemos explicarnos que haya algunas para las cuales la identidad de izquierda es muy importante y otras para las que no lo es en absoluto.
Este es quizás el punto en el que Panamá constituye una verdadera excepción en América Latina. Me permito hacer una pregunta incómoda: ¿Por qué en Panamá la izquierda, que definitivamente votó con Torrijos, no reclamó el triunfo como suyo? ¿Por qué ningún diario tituló a 6 columnas "Ganó la izquierda" al día siguiente de los comicios electorales del año pasado?
La primera de las posibles respuestas es que en Panamá no ganó la izquierda. ¿Quién ganó entonces? ¿El pragmatismo gerentocrático del status quo? Puede ser. El problemas es que es muy poquita gente para ganar unas elecciones, aunque luego ocupen la mayoría de los cargos. Sin la militancia tradicional de izquierda, sin sus cuadros y organizaciones, sin la simpatía de sus intelectuales, Torrijos no habría ganado los comicios de mayo.
Otra posible respuesta busca valorar el abanico de intereses sobre los que se apoyó el triunfo electoral de Torrijos. El argumento es plausible, pero sólo a costa de reconocer que uno de los socios visibles de "Patria Nueva" es precisamente la vieja izquierda del llamado proceso octubrino que en los 70 comandó el General Torrijos. La izquierda es, pues, parte del grupo ganador.
Decir que en Panamá ganó la izquierda (aunque en asocio con otras fuerzas democráticas) podría tomarse por algunos como un pronóstico de lluvia en la meteorología de las inversiones. Hacerle mucha publicidad a la cuestión podría causar alguna inquietud en el Club Unión y sembrar algunas dudas en el criterio editorial de Mundo Social. Hasta podría causar indignación tanto en la izquierda no gubernamental, como en la derecha apoltronada en oficinas públicas.
La fórmula panameña es no darle importancia al tema. Un sincretismo político de finos cartílagos, preñado de símbolos y abúlico en el discurso, parece resolver la identidad ideológica de la alianza de gobierno en momentos en que flotan las preguntas sobre qué es nuestra izquierda y cuál es su proyecto.
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El Panamá América, Martes 24 de enero de 2006
La respuesta debe repasar el contexto de una región en la que ya están instalados un presidente del Partido de los Trabajadores en Brasil (Lula da Silva, que probablemente se reelegirá este año), un abierto aliado económico y político de Fidel Castro en la presidencia de Venezuela (Hugo Chávez, que muy probablemente en el 2006 volverá una vez más a vencer a sus rivales mediante el conteo de las papeletas), un partido socialista en el poder en Uruguay (bajo el liderazgo de Tabaré Vásquez), un justicialista asociado a los sindicatos en la casa presidencial argentina (Néstor Kirchner), y un acrisolado exponente del socialismo sudamericano (Ricardo Lagos), que tras cuatro años de reformas y cambios institucionales entrega a su relevo la batuta del gobierno chileno con un 80% de popularidad.
En el futuro inmediato, este avasallador renacimiento de la izquierda latinoamericana amenaza con colocar este año en el sillón presidencial a otros dos personajes, Ollanta Humala, en Perú, y Lucio Gutiérrez, en Ecuador, que, aunque no tienen una trayectoria de luchas de izquierdas, cuentan con el apoyo de estas fuerzas en la visita a las urnas. El 2006 también será testigo de comicios presidenciales al sur del Río Grande: la figura cimera de la izquierda mexicana, Andrés López Obrador (actual jefe de gobierno de la Ciudad de México), se eleva con mucha fuerza en las encuestas electorales del país azteca; y, finalmente, con el sólo propósito de agravar las pesadillas de la Casa Blanca, Daniel Ortega, máximo paladín del sandinismo, concentra las preferencias de voto de una mayoría relativa de nicaragüenses.
Este desolador panorama para los partidos de derechas es más ambiguo y más complejo de lo que el ojo a simple vista puede captar. Al examinar las sinuosidades de la llamada izquierda latinoamericana, nos damos cuenta de que son agrupaciones muy diversas. Pueden estar unidas en un gran movimiento o ser fragmentarias y expresarse a través de varios partidos. Cuando visité Mexico DF, en 1985, me percaté de que había cinco partidos socialistas, uno de los cuales llevaba por nombre Partido Socialista Unificado.
Algunas izquierdas se proponen aún abolir el capitalismo, aunque no saben exactamente cómo; otras sólo quieren administrarlo con un poco más de sensibilidad social. Hay gente de izquierda que piensa que la corrupción es una forma de redistribución de la riqueza; otras, que el capitalismo es fundamentalmente corrupto. Hay izquierdas que no creen que la estructura del partido sea un medio apropiado para sus fines, ni que la actividad parlamentaria les permita alcanzar sus metas; otras se sienten muy cómodas no siendo más que un partido y manteniendo sus escaños en el congreso.
La izquierda puede ser reformista o revolucionaria; tradicional, moderna o posmoderna; puede amar el poder o detestarlo. Hay izquierdas autoritarias, que viven en la creencia de que hay que apoderarse del Estado, porque este es el mejor instrumento para imponer un bienestar igualitario. También hay izquierdas con un compromiso democrático, entre las cuales la sola mención de la "dictadura del proletariado" mueve a risa; en cambio, se toman muy en serio el estado democrático constitucional de derecho, como la única forma de conquistar una sociedad más libre y capaz de reducir las disparidades.
Hay izquierdas ateas, pero las hay también que son cristianas o musulmanas; hay izquierdas nacionalistas y otras que luchan contra los nacionalismos. Hay, finalmente, izquierdas sectarias e intolerantes, para las cuales hay solo un tipo de izquierdas que son las "verdaderas"; hay otras que reconocen que los contextos, las tradiciones, las tareas y los retos que las afectan, cambian de país a país, y que no hay una interpretación que sea más de izquierda que otra. Así podemos explicarnos que haya algunas para las cuales la identidad de izquierda es muy importante y otras para las que no lo es en absoluto.
Este es quizás el punto en el que Panamá constituye una verdadera excepción en América Latina. Me permito hacer una pregunta incómoda: ¿Por qué en Panamá la izquierda, que definitivamente votó con Torrijos, no reclamó el triunfo como suyo? ¿Por qué ningún diario tituló a 6 columnas "Ganó la izquierda" al día siguiente de los comicios electorales del año pasado?
La primera de las posibles respuestas es que en Panamá no ganó la izquierda. ¿Quién ganó entonces? ¿El pragmatismo gerentocrático del status quo? Puede ser. El problemas es que es muy poquita gente para ganar unas elecciones, aunque luego ocupen la mayoría de los cargos. Sin la militancia tradicional de izquierda, sin sus cuadros y organizaciones, sin la simpatía de sus intelectuales, Torrijos no habría ganado los comicios de mayo.
Otra posible respuesta busca valorar el abanico de intereses sobre los que se apoyó el triunfo electoral de Torrijos. El argumento es plausible, pero sólo a costa de reconocer que uno de los socios visibles de "Patria Nueva" es precisamente la vieja izquierda del llamado proceso octubrino que en los 70 comandó el General Torrijos. La izquierda es, pues, parte del grupo ganador.
Decir que en Panamá ganó la izquierda (aunque en asocio con otras fuerzas democráticas) podría tomarse por algunos como un pronóstico de lluvia en la meteorología de las inversiones. Hacerle mucha publicidad a la cuestión podría causar alguna inquietud en el Club Unión y sembrar algunas dudas en el criterio editorial de Mundo Social. Hasta podría causar indignación tanto en la izquierda no gubernamental, como en la derecha apoltronada en oficinas públicas.
La fórmula panameña es no darle importancia al tema. Un sincretismo político de finos cartílagos, preñado de símbolos y abúlico en el discurso, parece resolver la identidad ideológica de la alianza de gobierno en momentos en que flotan las preguntas sobre qué es nuestra izquierda y cuál es su proyecto.
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El Panamá América, Martes 24 de enero de 2006