Después de que se han escrito tantos libros sobre la democracia, ¿queda todavía algo que no se haya dicho sobre el tema y que valga la pena decirlo? Después de que ya no queda nadie que se atreva siquiera a sugerir que conoce o defiende un modo de organización social que sea superior a la democracia, ¿vale la pena seguir debatiendo en torno a la democracia?
Quizás sorprenda algunos que las respuestas a estas preguntas sean afirmativas; lo cierto es que un informe sobre la democracia en América Latina publicado recientemente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) revigoriza el concepto y lo vincula a los grandes desafíos que enfrentan las sociedades latinoamericanas contemporáneas, y nos alerta sobre amenazas latentes y peligros potenciales.
El documento La democracia en América Latina, que lleva por subtítulo Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, anuncia en su frontispicio la orientación de la investigación que duró cerca de tres años e involucró el trabajo de un equipo de profesionales y académicos de reputación internacional. Por demasiado tiempo los análisis de la democracia se concentraron en el funcionamiento de los sistemas sociales, particularmente el sistema electoral, y sus conclusiones se quedaron en abstracciones acerca de la legitimidad formal de los gobernantes.
Las nociones que hoy circulan popularmente sobre la democracia son el resultado de una época en que los juristas analizaban normas jurídicas y certificaban la existencia del régimen democrático y los politólogos examinaban las instituciones y refrendaban el carácter democrático de las autoridades.
Los que señalaban los errores estructurales del sistema y condenaban moralmente a sus gobernantes eran tildados de locos, subversivos o comunistas, cuando no las tres cosas a la vez. Con el tiempo, tras lo que Samuel Huntington en los 90 llamó la tercera ola de la democracia, ha venido calando la preocupación de que no se puede tener una democracia sin personas con valores y actitudes democráticos; es decir, sin ciudadanos. Es cierto que la democracia es una realidad política y que necesita de los sistemas sociales para su funcionamiento, pero la democracia no es indiferente a realidades que se encuentran fuera del sistema político ni se reduce a una determinada modalidad de régimen político.
El informe del PNUD tiene la virtud de que ayuda a organizar el pensamiento de la democracia y enseña a escapar de esas falsas dicotomías de que está poblada la historia del pensamiento democrático; o sea, analiza la democracia desde la democracia misma. ¿Tiene sentido hoy contraponer los derechos civiles a los derechos políticos? ¿O los derechos individuales a los sociales?Una concepción democrática de los derechos mueve a reconocer la imperiosa necesidad de que todos los derechos sean respetados y que tanto la sociedad como el gobierno se aboquen a la búsqueda de las formas más adecuadas para lograr su cumplimiento.
¿Tiene sentido hoy defender la democracia representativa contra la participativa o viceversa? ¿Se puede fundar en valores democráticos la opción por solo una de las dos, o la preeminencia de una sobre la otra? Hay que vencer la tiranía del "o" (escuché el otro día en una reunión en la que no había filósofos ni se discutía la obra de Kierkegaard, era una reunión de gerentes de empresas y comentaban sobre la mejor manera de impulsar los negocios) y dar por agotada una visión parcializada y muy estrecha de lo que es la democracia.
La democracia quizás no pueda medirse en una escala del 1 al 10, pero los elementos que integran una sociedad democrática si puede ser analizados y ponderados empíricamente. El informe del PNUD hace precisamente eso; nos da información pormenorizada del nivel de cumplimiento de los derechos que integran la ciudadanía por cada uno de los 18 países estudiados, y, para decirlo en un tono moderado, los resultados no son del todo positivos.
Digámoslo sin ambages: hay grandes segmentos de la población que no gozan de las ventajas de una sociedad democrática, porque están excluidos de las actividades que generan riqueza y ven menoscabadas desde su nacimiento sus oportunidades de crecimiento y desarrollo. Pero no es que estén excluidos del padrón electoral. Votan en cada elección, pero nada cambia para ellos. Pueden ser postulados a algún cargo de elección popular y hasta podrían ser beneficiados por los escrutinios, pero ello no es sinónimo de un mejoramiento de la calidad de vida de la gente que puso los votos.
Como las panameñas y los panameños acabamos de concluir un torneo electoral exitoso en buena medida, y no tenemos los problemas de violencia y fraude que anulan la voluntad popular y reconocemos a los triunfadores como legítimos gobernantes, corremos el riesgo de cometer el error de creer que la democracia aquí está asegurada.
El informe La democracia en América Latina reconoce la evolución positiva que, en términos generales, ha tenido el régimen electoral, pero nos advierte que sólo eso no es suficiente para lograr una sociedad democrática. ¿Por qué es importante el debate sobre la democracia en el mundo contemporáneo? Precisamente porque hay grupos y organizaciones que se autodenominan "democráticos", pero un examen de sus prácticas, valores y principios demuestra que en momentos cruciales sus acciones podrían constituir una amenaza para el desarrollo de la democracia.
Uno de los instrumentos del informe consiste en un sondeo de opinión que se le aplicó a una muestra de cerca de 20 mil personas (en Panamá fueron distribuidas 1010 entrevistas) y los resultados permitieron agrupar a los entrevistados en tres grandes sectores, según los puntajes obtenidos, en demócratas, no demócratas y los ambivalentes. El resultado global del informe muestra que el primer grupo es el de mayor tamaño, con un 43%, y su opuesto, el de menores dimensiones, con un 26.5%. En medio está la franja de ambivalentes con un 30.5% que, según las circunstancias, puede sumar de un lado o del otro.
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El Panamá América, Martes 18 de mayo de 2004
Quizás sorprenda algunos que las respuestas a estas preguntas sean afirmativas; lo cierto es que un informe sobre la democracia en América Latina publicado recientemente por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) revigoriza el concepto y lo vincula a los grandes desafíos que enfrentan las sociedades latinoamericanas contemporáneas, y nos alerta sobre amenazas latentes y peligros potenciales.
El documento La democracia en América Latina, que lleva por subtítulo Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, anuncia en su frontispicio la orientación de la investigación que duró cerca de tres años e involucró el trabajo de un equipo de profesionales y académicos de reputación internacional. Por demasiado tiempo los análisis de la democracia se concentraron en el funcionamiento de los sistemas sociales, particularmente el sistema electoral, y sus conclusiones se quedaron en abstracciones acerca de la legitimidad formal de los gobernantes.
Las nociones que hoy circulan popularmente sobre la democracia son el resultado de una época en que los juristas analizaban normas jurídicas y certificaban la existencia del régimen democrático y los politólogos examinaban las instituciones y refrendaban el carácter democrático de las autoridades.
Los que señalaban los errores estructurales del sistema y condenaban moralmente a sus gobernantes eran tildados de locos, subversivos o comunistas, cuando no las tres cosas a la vez. Con el tiempo, tras lo que Samuel Huntington en los 90 llamó la tercera ola de la democracia, ha venido calando la preocupación de que no se puede tener una democracia sin personas con valores y actitudes democráticos; es decir, sin ciudadanos. Es cierto que la democracia es una realidad política y que necesita de los sistemas sociales para su funcionamiento, pero la democracia no es indiferente a realidades que se encuentran fuera del sistema político ni se reduce a una determinada modalidad de régimen político.
El informe del PNUD tiene la virtud de que ayuda a organizar el pensamiento de la democracia y enseña a escapar de esas falsas dicotomías de que está poblada la historia del pensamiento democrático; o sea, analiza la democracia desde la democracia misma. ¿Tiene sentido hoy contraponer los derechos civiles a los derechos políticos? ¿O los derechos individuales a los sociales?Una concepción democrática de los derechos mueve a reconocer la imperiosa necesidad de que todos los derechos sean respetados y que tanto la sociedad como el gobierno se aboquen a la búsqueda de las formas más adecuadas para lograr su cumplimiento.
¿Tiene sentido hoy defender la democracia representativa contra la participativa o viceversa? ¿Se puede fundar en valores democráticos la opción por solo una de las dos, o la preeminencia de una sobre la otra? Hay que vencer la tiranía del "o" (escuché el otro día en una reunión en la que no había filósofos ni se discutía la obra de Kierkegaard, era una reunión de gerentes de empresas y comentaban sobre la mejor manera de impulsar los negocios) y dar por agotada una visión parcializada y muy estrecha de lo que es la democracia.
La democracia quizás no pueda medirse en una escala del 1 al 10, pero los elementos que integran una sociedad democrática si puede ser analizados y ponderados empíricamente. El informe del PNUD hace precisamente eso; nos da información pormenorizada del nivel de cumplimiento de los derechos que integran la ciudadanía por cada uno de los 18 países estudiados, y, para decirlo en un tono moderado, los resultados no son del todo positivos.
Digámoslo sin ambages: hay grandes segmentos de la población que no gozan de las ventajas de una sociedad democrática, porque están excluidos de las actividades que generan riqueza y ven menoscabadas desde su nacimiento sus oportunidades de crecimiento y desarrollo. Pero no es que estén excluidos del padrón electoral. Votan en cada elección, pero nada cambia para ellos. Pueden ser postulados a algún cargo de elección popular y hasta podrían ser beneficiados por los escrutinios, pero ello no es sinónimo de un mejoramiento de la calidad de vida de la gente que puso los votos.
Como las panameñas y los panameños acabamos de concluir un torneo electoral exitoso en buena medida, y no tenemos los problemas de violencia y fraude que anulan la voluntad popular y reconocemos a los triunfadores como legítimos gobernantes, corremos el riesgo de cometer el error de creer que la democracia aquí está asegurada.
El informe La democracia en América Latina reconoce la evolución positiva que, en términos generales, ha tenido el régimen electoral, pero nos advierte que sólo eso no es suficiente para lograr una sociedad democrática. ¿Por qué es importante el debate sobre la democracia en el mundo contemporáneo? Precisamente porque hay grupos y organizaciones que se autodenominan "democráticos", pero un examen de sus prácticas, valores y principios demuestra que en momentos cruciales sus acciones podrían constituir una amenaza para el desarrollo de la democracia.
Uno de los instrumentos del informe consiste en un sondeo de opinión que se le aplicó a una muestra de cerca de 20 mil personas (en Panamá fueron distribuidas 1010 entrevistas) y los resultados permitieron agrupar a los entrevistados en tres grandes sectores, según los puntajes obtenidos, en demócratas, no demócratas y los ambivalentes. El resultado global del informe muestra que el primer grupo es el de mayor tamaño, con un 43%, y su opuesto, el de menores dimensiones, con un 26.5%. En medio está la franja de ambivalentes con un 30.5% que, según las circunstancias, puede sumar de un lado o del otro.
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El Panamá América, Martes 18 de mayo de 2004