Poco se usa el término "ideología" en estos tiempos, pero su concepto está en el centro del debate sobre la democracia.
Una de las conclusiones del informe del PNUD sobre la Democracia en América Latina, dirigido por Dante Caputo, y divulgado en los meses de mayo y junio de este año en todos los países de la región, es que la pobreza y la desigualdad han hecho mella en la confianza y la lealtad que tienen los latinoamericanos en sus democracias.
Se trata de una evaluación de conjunto en la que hay que destacar que el grupo mayoritario se caracteriza por una orientación democrática y el grupo que opta o prefiere soluciones no democráticas es una minoría. En medio de los dos, hay un sector menor que el primero, mayor que el segundo, que destaca por su ambivalencia. Este tercer sector suma en ocasiones a la causa democrática; pero en situaciones críticas podría pegar el bandazo y configurar una mayoría para la cual cual la democracia incomoda.
De allí que uno de los mensajes centrales de la investigación sea que el terreno ganado por la democracia no está en modo alguno asegurado.A esa conclusión se llegó luego de que se aplicaran en total poco más de 18 mil encuestas en 18 países (Panamá entre ellos) seleccionados por el PRODDAL (Proyecto sobre el Desarrollo de la Democracia en América Latina), que fue el grupo técnico que elaboró el estudio. Dichas encuestas tenían por objetivo establecer una medición sobre el grado de lealtad hacia la democracia, mediante una serie de preguntas acerca de cuestiones prácticas que se le plantean a ciudadanos y ciudadanas que integran el magma de la vida pública y política de nuestras sociedades.
A los encuestados se les hicieron preguntas como: "Si el país tiene serias dificultades, ¿está muy de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo o muy en desacuerdo con que el presidente no se limite a lo que dicen las leyes?". O esta otra: "Si el país tiene serias dificultades, ¿está muy de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo o muy en desacuerdo con que el presidente controle los medios de comunicación?". Las respuestas que dieron los entrevistados son un derivado de su actitud hacia el estado de derecho y la libertad de expresión. Sobra decir que más allá del uso de las etiquetas, la democracia tiene una existencia sólida cuando las opciones de los individuos por el estado de derecho y la libertad de expresión son muy arraigadas.
Una de las líneas de trabajo que sugiere le informe del PNUD es la educación sobre la democracia. Es decir, es importante conocer las tendencias de los mercados y tener una buena idea sobre el comportamiento de las inversiones y tratar de posicionar al país allí donde habrá un mayor flujo de capitales; es de suma importancia conocer cómo son nuestros hombres y mujeres pobres, nuestros niños y niñas pobres, dónde están y cuáles son los principales obstáculos para su desarrollo, porque de esa manera el Estado puede liderar un esfuerzo eficaz y eficiente en reducir los vergonzosamente altos niveles de pobreza; pero también es de crucial importancia que el crecimiento económico y el desarrollo social se den en democracia, porque a estas alturas de la historia mundial ya sabemos que los caminos oblicuos hacia la democracia conducen al extravío y una ganancia rápida puede transformarse en una desventaja duradera.
La educación sobre la democracia parte del supuesto de que una sociedad con individuos que profesen valores democráticos, opten por conductas democráticas, y prefieran entregar su respaldo a acciones y proyectos democráticos, es más productiva y tiene la capacidad de avanzar más rápido y dejar atrás a la pobreza, que las sociedades caracterizadas por la prevalencia de las conductas represivas, las soluciones autoritarias y los valores que en términos generales privilegian el uso de la fuerza sobre el diálogo de razones plurales.
Este énfasis en la necesidad de educar en los ciudadanos y ciudadanas una "visión del mundo" que no solamente sea compatible con la democracia, sino que contribuya a que la democracia se desarrolle y se arraigue, no es más que el retorno del concepto de ideología, que fue expulsado junto con las perversiones que se generaron con la justificación de la violencia como medio idóneo para fines políticos legítimos.
La dictadura no pudo haber vivido tanto tiempo entre nosotros -para no hablar del resto de América Latina- sin una cierta ideología de la dictadura. Lamentablemente, en los años subsiguientes con la ideología de la dictadura se buscó desechar toda ideología, e incluso algunos pensaron que se había logrado dar muerte a la ideología en general.
La democracia depende, pues, de la difusión y profundización de la ideología democrática. Queremos elecciones, pero también queremos que nuestro sistema electoral sea más democrático; queremos partidos políticos, pero queremos que nuestros partidos políticos se democraticen; queremos que los gobernantes mantengan una conducta democrática, pero también tenemos que exigirles a los empresarios, a los gremios y a todos los grupos organizados una adhesión a los valores democráticos y un respaldo al proyecto mismo de desarrollar la democracia en la sociedad.
Crecer en democracia sólo puede ser valorado en su justa dimensión si se reconoce que se puede crecer sin democracia, aunque ello no sea sostenible en el tiempo. Esto no es una idea abstracta, es parte de nuestro pasado común reciente. Por eso es indispensable el rechazo frontal contra todo intento de manipular las percepciones y las informaciones públicas y del público que quieren hacernos ver que si la economía crece, todo está bien, todo se puede perdonar (la corrupción, por ejemplo), y -¿por qué no?- repetir. Aunque el término ideología dejó de usarse, los cantos de sirena que buscan alejarnos del camino democrático no han cesado en ningún momento.
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El Panamá América, Martes 12 de octubre de 2004
Una de las conclusiones del informe del PNUD sobre la Democracia en América Latina, dirigido por Dante Caputo, y divulgado en los meses de mayo y junio de este año en todos los países de la región, es que la pobreza y la desigualdad han hecho mella en la confianza y la lealtad que tienen los latinoamericanos en sus democracias.
Se trata de una evaluación de conjunto en la que hay que destacar que el grupo mayoritario se caracteriza por una orientación democrática y el grupo que opta o prefiere soluciones no democráticas es una minoría. En medio de los dos, hay un sector menor que el primero, mayor que el segundo, que destaca por su ambivalencia. Este tercer sector suma en ocasiones a la causa democrática; pero en situaciones críticas podría pegar el bandazo y configurar una mayoría para la cual cual la democracia incomoda.
De allí que uno de los mensajes centrales de la investigación sea que el terreno ganado por la democracia no está en modo alguno asegurado.A esa conclusión se llegó luego de que se aplicaran en total poco más de 18 mil encuestas en 18 países (Panamá entre ellos) seleccionados por el PRODDAL (Proyecto sobre el Desarrollo de la Democracia en América Latina), que fue el grupo técnico que elaboró el estudio. Dichas encuestas tenían por objetivo establecer una medición sobre el grado de lealtad hacia la democracia, mediante una serie de preguntas acerca de cuestiones prácticas que se le plantean a ciudadanos y ciudadanas que integran el magma de la vida pública y política de nuestras sociedades.
A los encuestados se les hicieron preguntas como: "Si el país tiene serias dificultades, ¿está muy de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo o muy en desacuerdo con que el presidente no se limite a lo que dicen las leyes?". O esta otra: "Si el país tiene serias dificultades, ¿está muy de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo o muy en desacuerdo con que el presidente controle los medios de comunicación?". Las respuestas que dieron los entrevistados son un derivado de su actitud hacia el estado de derecho y la libertad de expresión. Sobra decir que más allá del uso de las etiquetas, la democracia tiene una existencia sólida cuando las opciones de los individuos por el estado de derecho y la libertad de expresión son muy arraigadas.
Una de las líneas de trabajo que sugiere le informe del PNUD es la educación sobre la democracia. Es decir, es importante conocer las tendencias de los mercados y tener una buena idea sobre el comportamiento de las inversiones y tratar de posicionar al país allí donde habrá un mayor flujo de capitales; es de suma importancia conocer cómo son nuestros hombres y mujeres pobres, nuestros niños y niñas pobres, dónde están y cuáles son los principales obstáculos para su desarrollo, porque de esa manera el Estado puede liderar un esfuerzo eficaz y eficiente en reducir los vergonzosamente altos niveles de pobreza; pero también es de crucial importancia que el crecimiento económico y el desarrollo social se den en democracia, porque a estas alturas de la historia mundial ya sabemos que los caminos oblicuos hacia la democracia conducen al extravío y una ganancia rápida puede transformarse en una desventaja duradera.
La educación sobre la democracia parte del supuesto de que una sociedad con individuos que profesen valores democráticos, opten por conductas democráticas, y prefieran entregar su respaldo a acciones y proyectos democráticos, es más productiva y tiene la capacidad de avanzar más rápido y dejar atrás a la pobreza, que las sociedades caracterizadas por la prevalencia de las conductas represivas, las soluciones autoritarias y los valores que en términos generales privilegian el uso de la fuerza sobre el diálogo de razones plurales.
Este énfasis en la necesidad de educar en los ciudadanos y ciudadanas una "visión del mundo" que no solamente sea compatible con la democracia, sino que contribuya a que la democracia se desarrolle y se arraigue, no es más que el retorno del concepto de ideología, que fue expulsado junto con las perversiones que se generaron con la justificación de la violencia como medio idóneo para fines políticos legítimos.
La dictadura no pudo haber vivido tanto tiempo entre nosotros -para no hablar del resto de América Latina- sin una cierta ideología de la dictadura. Lamentablemente, en los años subsiguientes con la ideología de la dictadura se buscó desechar toda ideología, e incluso algunos pensaron que se había logrado dar muerte a la ideología en general.
La democracia depende, pues, de la difusión y profundización de la ideología democrática. Queremos elecciones, pero también queremos que nuestro sistema electoral sea más democrático; queremos partidos políticos, pero queremos que nuestros partidos políticos se democraticen; queremos que los gobernantes mantengan una conducta democrática, pero también tenemos que exigirles a los empresarios, a los gremios y a todos los grupos organizados una adhesión a los valores democráticos y un respaldo al proyecto mismo de desarrollar la democracia en la sociedad.
Crecer en democracia sólo puede ser valorado en su justa dimensión si se reconoce que se puede crecer sin democracia, aunque ello no sea sostenible en el tiempo. Esto no es una idea abstracta, es parte de nuestro pasado común reciente. Por eso es indispensable el rechazo frontal contra todo intento de manipular las percepciones y las informaciones públicas y del público que quieren hacernos ver que si la economía crece, todo está bien, todo se puede perdonar (la corrupción, por ejemplo), y -¿por qué no?- repetir. Aunque el término ideología dejó de usarse, los cantos de sirena que buscan alejarnos del camino democrático no han cesado en ningún momento.
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El Panamá América, Martes 12 de octubre de 2004