Una mayoría ciudadana con valores, conductas y actitudes democráticas puede ser para algunos causa de un optimismo pasivo, pues hace creer que la transición democrática se ha consolidado en esta tierra de forma irreversible.
El estudio La democracia en América Latina, elaborado por el Proyecto sobre el Desarrollo de la Democracia en América Latina (PRODDAL) y difundido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ofrece una serie de datos y herramientas de análisis que permite comprender que la realidad no es tan simple, y que hay razones de sobra para afirmar que en las actuales circunstancias las democracias latinoamericanas caminan sobre un delgado hielo cuando soplan los vientos de los conflictos sociales.
Según PRODDAL, que a través de la muy conocida encuesta Latinobarómetro, llevó a cabo un sondeo de opinión, en Panamá y en otros 17 países, para indagar cuáles son las percepciones y actitudes en torno a la democracia, no basta con dimensionar los grupos de demócratas, no demócratas y ambivalentes. Es necesario, además, valorar las distancias que separan a estos grupos y ponderar su participación en la vida pública.
Una fórmula compleja que conjuga estas tres variables, tamaño, distancia, y participación, es la que ha servido a PRODDAL para proponer un índice de apoyo a la democracia. De acuerdo a dicho índice, si los demócratas son el grupo mayoritario, los separa una distancia relativamente pequeña del grupo de los ambivalentes y son más participativos que los otros dos grupos, entonces tenemos una democracia que goza de buena salud y su índice será superior a 5. Es el caso de Costa Rica. En un hipótesis contraria, si los no demócratas son una mayoría, los ambivalentes se encuentran más cerca de ellos que de los demócratas y el activismo de la mayoría no demócrata es superior al del grupo de demócratas, entonces se trata de una democracia frágil y el indicador mostrará una cifra inferior a 1.
Fuera de esos extremos está el caso de Panamá, en el que los demócratas son el grupo más numeroso, pero no son la mayoría, los ambivalentes se encuentran ligeramente más cerca de los no demócratas que de los demócratas y el activismo de los que no son leales a la democracia es superior al de los leales, que dicho sea de paso, es bastante bajo, uno de los más bajos en el estudio, entonces tenemos una democracia con un respaldo favorable pero no sólido, ni consolidado. Su vulnerabilidad proviene del efecto combinado de que una parte importante de sus ciudadanos no está totalmente comprometida con la democracia, pero ocupa posiciones importantes en su sistema político y su sistema de partidos.
Considerados los 18 países, el promedio para América Latina es de 2.03, lo que es bastante positivo y es una señal de que la democracia goza de respaldo en la población, sin estar exenta de vulnerabilidades. El promedio de Panamá es de 1.61, inferior al latinoamericano, y al de todos los países de la subregión centroamericana y México. La democracia panameña tiene, en términos generales, el respaldo de la gente; pero es vulnerable desde distintos puntos de vista, el más visible de los cuales tiene que ver con la dinámica, no con el diseño, de su sistema político y su sistema de partidos.
Es engañosamente fácil sugerir correctivos a esta situación. Por ejemplo, recomendar a los partidos que sean más exigentes en la selección y formación de sus líderes. Así ellos actuarían como filtro al momento en que un público más amplio -la ciudadanía- deberá mostrar sus preferencias. Si los partidos hacen un esfuerzo sistemático por promover y formar líderes democráticos, parecería que estamos reparando una buena parte de las grietas del actual sistema, pues entonces se reducirían las probalidades de que políticos con un grado mínimo de lealtad a la democracia utilicen la plataforma del partido para conquistar la adhesión de los electores, la tiempo que fomenta la ambivalencia hacia la democracia o su franca desvaloración. Pero esta es una apariencia de remedio, y no el remedio puro y verdadero.
Más allá de la cuestión de si los partidos son, o pueden llegar a ser, escuelas de democracia, hay una problemática más honda y más humana, pero a veces menos visible. Es la cuestión social, la existencia de una parte importante de la población que nació y vive en condiciones de pobreza y exclusión social, a la que hay que sumarle la que, sin ser pobre, lucha diariamente por escapar de las garras de la marginalidad, el desempleo y el subempleo, y que por lo tanto es muy vulnerable en los ciclos económicos.
Hay una parte importante de panameñas y panameños rurales y semiurbanos que sienten que el Estado los ha abandonado, no porque no les dé nada, sino porque no tienen agua potable, ni luz, ni energía eléctrica, ni caminos de acceso, y ven a sus pequeños y a sus mujeres terminar una corta vida por razones totalmente injustificables, dados los estándares nacionales en materia de atención primaria.
En última instancia, el apoyo a la democracia es frágil cuando la desigualdad y la pobreza se han extendido peligrosamente. Ese es el caldo de cultivo del que nacen los liderazgos políticos no comprometidos con la democracia. Allí radica la tensión que surge entre democracia y desarrollo económico que se registra en aquellas respuestas del estudio de PRODDAL que señalan que "apoyarían a un gobierno autoritario si resuelve los problemas económicos", o bien, que "creen que el desarrollo económico es más importante que la democracia". Así lo manifestó el 54.7% de los encuestados, en cuanto a la primera aseveración, y el 56.3% en cuanto a la segunda.
No debe extrañar que así lo afirmaran el 44.9% y el 48.1%, respectivamente, de los que contestaron que prefieren la democracia a cualquier otra forma de gobierno.
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El Panamá América, Martes 25 de mayo de 2004
El estudio La democracia en América Latina, elaborado por el Proyecto sobre el Desarrollo de la Democracia en América Latina (PRODDAL) y difundido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ofrece una serie de datos y herramientas de análisis que permite comprender que la realidad no es tan simple, y que hay razones de sobra para afirmar que en las actuales circunstancias las democracias latinoamericanas caminan sobre un delgado hielo cuando soplan los vientos de los conflictos sociales.
Según PRODDAL, que a través de la muy conocida encuesta Latinobarómetro, llevó a cabo un sondeo de opinión, en Panamá y en otros 17 países, para indagar cuáles son las percepciones y actitudes en torno a la democracia, no basta con dimensionar los grupos de demócratas, no demócratas y ambivalentes. Es necesario, además, valorar las distancias que separan a estos grupos y ponderar su participación en la vida pública.
Una fórmula compleja que conjuga estas tres variables, tamaño, distancia, y participación, es la que ha servido a PRODDAL para proponer un índice de apoyo a la democracia. De acuerdo a dicho índice, si los demócratas son el grupo mayoritario, los separa una distancia relativamente pequeña del grupo de los ambivalentes y son más participativos que los otros dos grupos, entonces tenemos una democracia que goza de buena salud y su índice será superior a 5. Es el caso de Costa Rica. En un hipótesis contraria, si los no demócratas son una mayoría, los ambivalentes se encuentran más cerca de ellos que de los demócratas y el activismo de la mayoría no demócrata es superior al del grupo de demócratas, entonces se trata de una democracia frágil y el indicador mostrará una cifra inferior a 1.
Fuera de esos extremos está el caso de Panamá, en el que los demócratas son el grupo más numeroso, pero no son la mayoría, los ambivalentes se encuentran ligeramente más cerca de los no demócratas que de los demócratas y el activismo de los que no son leales a la democracia es superior al de los leales, que dicho sea de paso, es bastante bajo, uno de los más bajos en el estudio, entonces tenemos una democracia con un respaldo favorable pero no sólido, ni consolidado. Su vulnerabilidad proviene del efecto combinado de que una parte importante de sus ciudadanos no está totalmente comprometida con la democracia, pero ocupa posiciones importantes en su sistema político y su sistema de partidos.
Considerados los 18 países, el promedio para América Latina es de 2.03, lo que es bastante positivo y es una señal de que la democracia goza de respaldo en la población, sin estar exenta de vulnerabilidades. El promedio de Panamá es de 1.61, inferior al latinoamericano, y al de todos los países de la subregión centroamericana y México. La democracia panameña tiene, en términos generales, el respaldo de la gente; pero es vulnerable desde distintos puntos de vista, el más visible de los cuales tiene que ver con la dinámica, no con el diseño, de su sistema político y su sistema de partidos.
Es engañosamente fácil sugerir correctivos a esta situación. Por ejemplo, recomendar a los partidos que sean más exigentes en la selección y formación de sus líderes. Así ellos actuarían como filtro al momento en que un público más amplio -la ciudadanía- deberá mostrar sus preferencias. Si los partidos hacen un esfuerzo sistemático por promover y formar líderes democráticos, parecería que estamos reparando una buena parte de las grietas del actual sistema, pues entonces se reducirían las probalidades de que políticos con un grado mínimo de lealtad a la democracia utilicen la plataforma del partido para conquistar la adhesión de los electores, la tiempo que fomenta la ambivalencia hacia la democracia o su franca desvaloración. Pero esta es una apariencia de remedio, y no el remedio puro y verdadero.
Más allá de la cuestión de si los partidos son, o pueden llegar a ser, escuelas de democracia, hay una problemática más honda y más humana, pero a veces menos visible. Es la cuestión social, la existencia de una parte importante de la población que nació y vive en condiciones de pobreza y exclusión social, a la que hay que sumarle la que, sin ser pobre, lucha diariamente por escapar de las garras de la marginalidad, el desempleo y el subempleo, y que por lo tanto es muy vulnerable en los ciclos económicos.
Hay una parte importante de panameñas y panameños rurales y semiurbanos que sienten que el Estado los ha abandonado, no porque no les dé nada, sino porque no tienen agua potable, ni luz, ni energía eléctrica, ni caminos de acceso, y ven a sus pequeños y a sus mujeres terminar una corta vida por razones totalmente injustificables, dados los estándares nacionales en materia de atención primaria.
En última instancia, el apoyo a la democracia es frágil cuando la desigualdad y la pobreza se han extendido peligrosamente. Ese es el caldo de cultivo del que nacen los liderazgos políticos no comprometidos con la democracia. Allí radica la tensión que surge entre democracia y desarrollo económico que se registra en aquellas respuestas del estudio de PRODDAL que señalan que "apoyarían a un gobierno autoritario si resuelve los problemas económicos", o bien, que "creen que el desarrollo económico es más importante que la democracia". Así lo manifestó el 54.7% de los encuestados, en cuanto a la primera aseveración, y el 56.3% en cuanto a la segunda.
No debe extrañar que así lo afirmaran el 44.9% y el 48.1%, respectivamente, de los que contestaron que prefieren la democracia a cualquier otra forma de gobierno.
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El Panamá América, Martes 25 de mayo de 2004