Las dos alas de la democracia


EN una serie de recientes ensayos, Jorge Castañeda, el controversial intelectual mexicano que desempeñó por un bienio el cargo de Canciller cuando Vicente Fox asumió la presidencia de ese país y que hace dos años lanzó su candidatura ciudadana a la Presidencia de la República, distingue entre dos tipos de movimientos ideológicos de izquierda: el primero tendría sus orígenes en la vieja izquierda comunista y socialista, por un largo tiempo ligada a la hegemonía mundial que pretendió el Kremlin, y el segundo estaría compuesto por los regímenes populistas que son tan característicos y tan propios del sub-hemisferio.

El primer grupo lo integrarían los líderes de Chile, Brasil y Uruguay; mientras que, según Castañeda, los de Venezuela, Argentina y Bolivia formarían el segundo. A su compatriota, Andrés Manuel López Obrador, candidato presidencial en los comicios que se celebrarán este año en el país azteca, el ex canciller lo ve como parte del grupo de populistas, a los que además de describir como entusiastas picapleitos con Washington, tilda de irresponsables en materia fiscal y macroeconómica.

A Daniel Ortega, en cambio, lo ve formando bloque con los primeros. Estos planteamientos han sido publicados en diarios y revistas importantes (Newsweek, The Washington Post, El País, La Tercera), uno de ellos bajo el sugerente título de "Las dos alas izquierdas de América Latina" (la versión que publicó Newsweek el 9 de enero en inglés difiere de la española en algo más que matices.

Más allá de las pretensiones de su autor de constituirse en un "trendsetter" (de alguna manera una buena parte de los que escribimos columnas de opinión sufrimos de la misma ilusión), la cuestión del giro a la izquierda en el subcontinente latinoamericano reclama la atención de los analistas y también es merecedora de comentarios en las páginas de opinión de los diarios nacionales, cuando se explora la profundidad que el tema tiene, o pudiera tener, en el contexto de la realidad nacional.

En una entrega anterior sostuve que la izquierda latinoamericana es muy diversa y que su conducción política no sigue un patrón único. A diferencia de Castañeda, no veo utilidad en reducir la variedad a dos subtipos, y me parece que el encasillamiento que hace el autor mexicano está aún muy comprometido con un esquema de guerra fría que no permite ver más lejos en el horizonte de hoy. Además, pareciera que al final la cuestión se reduce a qué tipo de relación se tiene con Washington y si se reconoce la validez del consenso neoliberal sobre ciertos cambios efectuados en la esfera económica.

En mi entender, la cuestión debe plantearse de modo diferente. La evolución de la izquierda no obedece a una dinámica internacional ni pura, ni principalmente, y su reorientación ideológica no privilegia sustancialmente las cuestiones económicas. La diversidad de la izquierda es el resultado de un crecimiento desigual (desigual y combinado, diría Trotski) de la conciencia democrática y una maduración de la institucionalidad de la República que la apoya como contexto sociohistórico.

La raíz del cambio es, pues, interna a las sociedades, y se manifiesta luego en el terreno de la geopolítica. Tampoco veo el cambio de modo homogéneo. No se debe pensar que la izquierda argentina es peronista, ni que la mexicana volverá al populismo anterior a Salinas de Gortari, o que la izquierda chilena más radical se ha esfumado por completo. Más bien, lo que hay es un debate entre distintas fuerzas de izquierda que se disputan la legitimidad de la representación popular. Cada país ofrece una resolución distinta, y en la política el juego de fuerzas es siempre muy dinámico.

Un esbozo más dinámico de la geopolítica continental menoscabaría la seguridad de que hay un giro o tendencia latinoamericana hacia la izquierda. Interesa más analizar "lo que se discute" y menos quiénes lo discuten, pues no podremos encontrar actores con características equivalentes en cada una de las naciones con líderes de izquierda. Chávez no tiene parangón, sospecho que Evo Morales no se parecerá ni a Castro ni a Kirchner, y Andrés Manuel López Obrador podría parecerse más a Ernesto Zedillo (lo que Castañeda no comparte) que a cualquiera de los integrantes del (ridículamente) llamado "eje del bien".

Los méritos políticos de la izquierda latinoamericana deben ser evaluados sobre la base de su proyecto de Estado y no sobre los resultados obtenidos en las urnas, pues, además de lo transitorio que resultan todos los cargos de elección, hay que reconocer que existe un gran trecho entre "una izquierda en el poder" y "una izquierda con poder". Insisto en revisar y debatir sobre la noción de proyecto político. Panamá puede ser una buena ilustración quizás del movimiento subterráneo que recorre el continente.

Así como en 1903 dos fuerzas tradicionalmente opuestas, liberales y conservadores, se pusieron de acuerdo para impulsar un proyecto de país independiente (lo que marcaba una ruptura entre los liberales panameños y los liberales colombianos, y otra entre los conservadores panameños y los conservadores colombianos), tras la conquista de la unidad territorial lograda el 31 de diciembre de 1999, el eje articulador de un proyecto de Estado solo lo puede proporcionar el ideal democrático.

En la medida en que la alianza de fuerzas que salió victoriosa en las urnas en el 2004 le dé fuerza al proyecto democrático, podrá mantenerse como una propuesta política viable con capacidad de proyección y expansión. En la medida en que se desmorone la voluntad de acceder a mayores niveles de ejercicio democrático, porque no hay voluntad, la unión entre izquierdas y derechas que caracteriza al actual régimen podría palidecer en la búsqueda de un reparto de posiciones, que siempre será insatisfactorio para todas las partes en juego.
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El Panamá América, Martes 31 de enero de 2006